La Legua está llena de estrellas que iluminan y brillan en la noche oscura, como dice Anita Gosens. Ella es consagrada y llegó hace varias décadas a vivir al sector. Hoy está encargada de la pastoral del “Cristo Especial”. Esto se traduce en acoger y acompañar a 56 niños y jóvenes discapacitados física o mentalmente. Ellos llegan a la casa de acogida en la mañana y se van en la tarde. Allá desayunan, rezan, bailan, conversan, almuerzan, aprenden y toman once. “Te cambia la mirada sobre la vida cuando los conoces y estás con ellos” dice Grace Vera, “uno da gracias todos los días por la salud y por la vida”. Hace algunos años, ella acompañó a su hermana que hacía un voluntariado en la casa y se quedó para siempre trabajando como “tía”. ¿Por qué? “por amor”, responde. “Es tanto el amor, la alegría y el agradecimiento que uno recibe de ellos que te hace permanecer”.
María Uribe es mamá de Viviana y Margarita Cofré es madre de Fabián. Los cuatro participan en la pastoral del “Cristo Especial” desde el comienzo. Para ellas, sus hijos son lo más importante de sus vidas y se turnan –junto con las demás apoderadas- para hacer la comida y atender la casa de acogida en conjunto con las “tías”. Ambas se refieren al “Cristo Especial” como si fuera su propia familia. “La primera vez que vinimos fue como un desahogo”, dice María, porque fue la oportunidad en que se encontraron con personas que vivían su mismo dolor y sus mismas alegrías. Esperanza es lo que encontraron en el “Cristo Especial” y por eso es parte central de sus vidas.